CEIP VIRGEN DEL MAR

La de la izquierda, una servidora
Me encuentro, pues, con el pueblo que había abandonado y con
un centro cuyo profesorado variopinto reunía alguna de las características de
todos por los que había pasado; desde mis primeras maestras, a los que podían
haber sido mis compañeros de carrera y habiendo sufrido los cambios estaban un tanto desorientados. Desde el
sesentayochista atípico que las primeras detestaban por su modernidad
displicente con el pensé alguna vez que me habían identificado, aunque se
acababa de marchar, a maestros y maestras más jóvenes asociados a sindicatos de
izquierda con inquietudes en cierto modo similares a las
mías. Y algún maestro y maestra más o
menos de mi generación, profesionales sobre todo, y puente entre las dos
tendencias que se manifestaban. Entre ellos Juan Vicente, que enseguida se encargó
de las Ciencias Sociales de la ESO; había estado en Badalona, como tantos
compañeros que desempeñaron su tarea en el País Vasco y Cataluña demandados por
la cantidad de inmigrantes, y tenía una mirada generosa hacia todos. Cuando se
fue, me dejó en custodia una colección de diapositivas; este hecho me desveló
que su cercanía tenía que ver con algún buen karma que una servidora había acumulado
en los tiempos en que, a golpe de filmina, contra viento y marea, secuenciaba
la Historia del Arte, en Móstoles, Madrid y aquí mismo con niños/as más pequeños,
y otros medios. Juan Vicente Cardila sabía que hay
que vivir, dar lo justo para no atascarse y que unas aulas son más ruidosas que
otras.
Desde
mi, ahora, inmensa debilidad llegué en tromba, con el síndrome del burnt out, furibunda y pretendiendo además convertir aquello en el
colegio Maravillas. A años vista, me pasmo de aquel extraterrestre que se
mostró ante todos y agradezco su
paciencia. En mi descargo debo aducir que los alumnos que iban pasando al
Instituto aprobaban Inglés. Otra línea separaba los que residíamos en el
barrio/ aldea y los que se desplazaban cada día, como empezaba a generalizarse
para tranquilidad de todos. Lo curioso de un matrimonio de maestros que,
procedente él de Ciudad Real y ella de la provincia de Almería se habían
asentado en este destino en la misma fecha en que yo me trasladaba a Madrid;
aquí desarrollaron su vida y profesión y criaron a sus hijos.
Después de la tormenta, con la salud física recuperada, los humos rebajados y recolocada en Primaria,
empiezo a ir a la ciudad para asistir a actividades culturales y al Centro de
Profesores y sus numerosos cursos: reciclarme ante mi nuevo estatus.
.
Cabo de Gata y las Salinas casi en la misma playa, Pujaire, Ruescas y otras pedanías y cortijos
desperdigados del “interior”, cuentan con sagas familiares a cuyos retoños atendíamos,
y encontrábamos un extraordinario placer
en ir descubriendo los nexos familiares y tener más o menos claros los
interesantes mapas genealógicos de familias, numerosas para los parámetros que
se han ido imponiendo.
Cabo de Gata tiene entre sus habitantes una extremada
variedad de oficios y actividades. He visto a los dueños erigir con sus manos y sólo su familia, dos de los establecimientos
hoteleros más prestigiosos. Hay panadería y pastelería autóctonos. Pescadores
orgullosos de sus artes que, dicen, van en declive por merma del producto y de
reposición generacional. Carpinteros, fontaneros y buenos restaurantes.
Albañiles que pasaron a Alemania hasta que el progresivo empuje de la
construcción los trajo de vuelta. Parroquia, biblioteca, empleados de la
compañía eléctrica y del Ayuntamiento y Centro de Salud. Supermercados, tiendas
de todo, talleres mecánicos, un atractivo mercadillo semanal, algún huerto
testimonial y artesanos del esparto. Hasta aquí llegan esforzados viajeros europeos
fuera de cualquier circuito.
La población se
fue asentando en zonas mucho más próximas al litoral, y de época romana o tal vez púnica, es la
explotación de la salina. Junto a la rambla de las Amoladeras y a Torre García
se encuentran los restos excavados de una factoría de garum a escasa distancia de la población de Cabo de Gata. Los
registros documentales más remotos se remontan a la época griega antigua,
señalando la existencia de las
instalaciones religiosas del “Iugum Veneris”, situado en el “Charidemou Akra” o
cabo de Gata.
La reconocida en la edad moderna como costa de los piratas debió dotarse, igual que el resto del litoral peninsular de un complejo sistema defensivo que arranca de las disposiciones adoptadas por los Reyes Católicos tras la conquista del reino de Granada, aunque los objetivos últimos tardaron muy lejos de ser alcanzados y las situaciones de unos súbditos que resultaban a menudo esclavizados serían trasladados a la corona durante el siglo XVI.
Torre de Cala Higuera
En el siglo XVIII, tras la toma de Orán, se planteó resolver de
una vez la defensa del litoral del Cabo de Gata, primero con la construcción de
fortalezas artilleras, después con torres mucho menores y ya durante el reinado
de Carlos III con atalayas de señales que actuaran de nexo de comunicación entre
las distintas fortificaciones. Tras su reconstrucción el Torrejón pasó a
llamarse de San Miguel por la sacralización de la mayor parte de las
denominaciones de los ingenios militares
costeros.
Las calles se asfaltan, se construye el paseo marítimo y
nuevos parques en torno a las urbanizaciones, las ramblas en las carreteras se
neutralizan y Cabo de Gata y Almería dejan atrás decenios de atraso para
convertirse en la provincia de mayor crecimiento de Andalucía.
Cabo de Gata era la pequeña villa en que había nacido y
dejado de practicar por mor de la salud y el destino, y Almería, a la misma
distancia que Vana de su capital de provincia, la ciudad de tamaño humano,
ideal.
… Y hasta alguna tragedia guerracivilista parecida.
Catedral de Almería

Religiosidad popular en Berja
Catedral de Almería
En la Historia que había estudiado
en la Universidad, la Rebelión de los Moriscos había sido un hecho irrelevante,
de un par de líneas. En mi nueva ubicación, en la que no tardé en empadronarme,
había una torre, un torreón, le decían, recubierto de argamasa con muy poco
glamour histórico-artístico a simple vista y que se decía de la Guardia Civil;
de camino a Almería por la costa hay otra torre pequeña con el aparejo a la
intemperie y más aparente. Un día de feria en agosto el alcalde pedáneo e
ilustre fotógrafo Angel Mateo nos
convoca en la plaza lateral a la Iglesia para la presentación de un libro del
almeriense Doctor en Historia y profesor
en Barcelona Antonio Gil Albarracín titulado Atalayas y Fortalezas en el Parque Natural de Cabo de
Gata-Níjar, ¡tate!,¡ Arquitectura e Historia
en la nada!. Debo aclarar que mi Vana es de tierra
adentro.
Hacia el año 98
una convocatoria del Instituto de Estudios Almerienses, Jornadas de religiosidad popular. Medio agnóstica y todo, pero contagiada del ambiente de lo muy
religiosos que eran los maestros y maestras que aquí vivían, me inscribo
preparada para un baño de Catecismo y encuentro a un catedrático de la Universidad
de Granada que contó con pelos y señales la increíble historia de los Moriscos:
el Sacromonte, los Libros Plúmbeos, la humillación de los conversos forzados a
edificar los templos cristianos, la escasa preparación de los párrocos, la sublevación
final. Con un profesor de Arte del mismo
sitio, a visitar La Alpujarra. Entro en materia. A esto siguieron las numerosas excursiones
organizadas por el director del IEA, Valeriano Sánchez Ramos, por la misma zona,
Alta y Baja Alpujarra: Leyenda de los Varones Evangélicos, Juan de Austria,
Torre de los Enciso en Berja refugio de
una familia de cristianos, degollaciones en masa al más puro estilo Meana, el
profesor de 4º de Bachiller que pasaba a cuchillo a poblaciones enteras y fue
el que despertó con sus “cuentos” mi
amor por la Historia.

Religiosidad popular en Berja
Cuentos, cuentos: ¿Vendría este
gusto de los muchos que leí de niña? La verdad es que ahora, en plena época de Memoria Histórica, me
acongojaba bastante tanta sangre que los investigadores almerienses despachaban
como obra de la condición humana. Mis ensoñaciones históricas de entonces
divagaban por la Historia Centroeuropea del siglo XIX y de repente me di de
bruces con la del Mediterráneo.
Castillo de San Felipe. Los Escullos
Castillo de San Felipe. Los Escullos
Entre los acantilados de la cadena volcánica hay
numerosas calas que siempre han servido de refugio ante las tormentas, para
ocultar los barcos provenientes de la costa africana o de orígenes más
distantes, normalmente con intenciones agresivas. Ya en el siglo X aparecen
noticias ciertas de la existencia de una rábita, encargada de la defensa de la
costa frente a la amenaza normanda o el temor de un saqueo fatimí como el
sufrido por Almería el año 955 de nuestra era que favoreció el traslado de la
flota califal a Almería en los tiempos de Abderramán III; también debió de existir la torre de la Vela
Blanca citada por el geógrafo al-Edrisí en el siglo XII. Los abandonos y las
destrucciones harían estos edificios más efímeros de lo que muchos pobladores
de la zona hubieran deseado.
Alcazaba de Almería
Alcazaba de Almería
La atracción de los abrigos
del Cabo de Gata se ha complementado con una vocación minera que ha dejado
testimonio del Bronce I en El Barranquete y de época romana en Rodalquilar; con un gran vacío medieval, la noticia de su explotación en la antigüedad
fue leyenda entre los autores islámicos y probablemente dio nombre a la sierra
de las ágatas en tiempos cristianos.
La población se
fue asentando en zonas mucho más próximas al litoral, y de época romana o tal vez púnica, es la
explotación de la salina. Junto a la rambla de las Amoladeras y a Torre García
se encuentran los restos excavados de una factoría de garum a escasa distancia de la población de Cabo de Gata. Los
registros documentales más remotos se remontan a la época griega antigua,
señalando la existencia de las
instalaciones religiosas del “Iugum Veneris”, situado en el “Charidemou Akra” o
cabo de Gata. La reconocida en la edad moderna como costa de los piratas debió dotarse, igual que el resto del litoral peninsular de un complejo sistema defensivo que arranca de las disposiciones adoptadas por los Reyes Católicos tras la conquista del reino de Granada, aunque los objetivos últimos tardaron muy lejos de ser alcanzados y las situaciones de unos súbditos que resultaban a menudo esclavizados serían trasladados a la corona durante el siglo XVI.
Torre de Cala Higuera
Al reinado de
Felipe II corresponde, de poniente a levante, la construcción de la Torre
García que nos ha llegado, del primitivo Torrejón del Cabo de Gata, la torre de
la Testa del cabo y la de la Vela Blanca. Tras un siglo XVII donde faltan
recursos para nuevas fortificaciones o reconstrucción de las destruidas por los
seísmos, el informe de un ingeniero en 1730 señala que “Dicho Cabo es peligroso
de los moros, los que incógnitos se ocultan en sus calas i Puntas i hacen cada
día Presas de Cristianos. Tiene Cabo de gata de Costa de mar Despoblada Quinse
leguas con las mejores Tierras del Mundo”. Se habla de pastores que eran
raptados junto con sus reses.
En el siglo XVIII, tras la toma de Orán, se planteó resolver de
una vez la defensa del litoral del Cabo de Gata, primero con la construcción de
fortalezas artilleras, después con torres mucho menores y ya durante el reinado
de Carlos III con atalayas de señales que actuaran de nexo de comunicación entre
las distintas fortificaciones. Tras su reconstrucción el Torrejón pasó a
llamarse de San Miguel por la sacralización de la mayor parte de las
denominaciones de los ingenios militares
costeros.
Siendo la práctica
de la pesca común en tiempos romanos es probable que dicha actividad se haya
mantenido durante cualquier época histórica siempre que lo permitiera la
piratería norteafricana. Bajo la protección del Torrejón debió instaurarse o
restaurarse la pesca de la almadraba, por lo que en el siglo XIX la población
surgida en las inmediaciones de la torre de San Miguel, de procedencia cartagenera,
fue conocida como Almadraba del Cabo de
Gata y es el origen de los habitantes actuales.
Con la
destrucción del dispositivo defensivo en la guerra de la Independencia y debido a los cambios en las estrategias de
la guerra fue entregado a mediados del siglo XIX al cuerpo de carabineros para
servir de apoyo a su labor policial. Sobre los restos del fuerte de San
Francisco de Paula en el morrón del Corralete, se erigió el actual Faro, al pie
del cual emerge el bello edificio minuciosamente labrado del arrecife de las
Sirenas; el de Los Escullos, más al
norte, es uno de los castillos mejor conservados de todo el Parque Natural y
sede de actuaciones artísticas.
Faro del Cabo de Gata
La antigua costa de los piratas no ha dejado de ser en la edad
contemporánea territorio fronterizo sujeto a los vaivenes del contrabando,
relatado en alguna novela de Carmen de Burgos y de Miguel Naveros, y de la
inmigración mediterránea.
A finales de 1987 se
declaró el Parque Natural Marítimo-Terrestre de Cabo de Gata-Níjar. Y con las
numerosas y valiosas publicaciones sobre
este enclave, las instalaciones educativas dispuestas para su conocimiento como
el Jardín Botánico y la Casa de los Volcanes en Rodalquilar, los centros de
Interpretación y paneles explicativos dispersos , y la observación directa de
piedra y planta, pergueñé la descripción de este paraje singular que ha dejado
espacio, con todo, a una tupida red de cultivos bajo plástico, fuente de riqueza para nativos y foráneos.











