lunes, 13 de marzo de 2017

LA UNIVERSIDAD

IV
LA UNIVERSIDAD



 A la llegada a la capital, y muy en contacto con mi hermano,  con el que hasta entonces había hecho vida independiente, me intereso por sus problemas, por la escolarización de los sobrinos que van llegando… Asuntos que empiezan a interferir en mi vida. Debe ser el signo de la mujer, pues mi misma cuñada, emigrante de León con sus hermanos, me comentaba de que  buscaban en ella un apoyo que compensara las asperezas de la emigración.

La Complutense (muy mediocre al principio), muy politizada y tomada por la policía, era el signo de los tiempos. Me faltaba haber compartido los dos primeros cursos que habían contribuído a cuajar la personalidad universitaria y la adaptación al medio de aquel numeroso grupo de Geografía e Historia, especialidad que yo había elegido después de descartar  Filosofía Pura,  Psicología o Pedagogía. Las Filologías estuvieron fuera de duda: mi falta de madurez en segundo de Bachillerato para entender la sintaxis forjó una mala relación con los temas gramaticales que no consiguieron cambiar ni la inteligente Mary Montero en Magisterio, ni Alarcos Llorach luego.

Entonces tuve que tomar una decisión. Si  ocupar los asientos de atrás de la clase donde estaba la progresía, o los de delante donde se situaban los, o más bien las que solo querían estudiar. Los de atrás  (¿me parecieron más chic?) eran los que votaban huelga mayoritariamente, y empezaron a acompañarnos en el paseo de vuelta a nuestra residencia dos compañeros. El último curso de carrera nos invitaron a una especie de guateque en el que hubo, de pronto,  drogas, sexo y rock and roll.  Aparte de convertirme en una inadaptada (no dejaban títere de la sociedad con cabeza), al no digerir la movida,  caí en una depresión a la que sin duda contribuyeron la mala alimentación del  Colegio Mayor en el que dieron mis huesos y la fatiga por la difícil  comprensión de la inabarcable realidad castellana y capitalina.




Un profesor que destacaba con brillo propio era Manuel de Terán. De Geografía,sus preferencias se inclinaban por la Humana, pero se decía que, un tanto marginado por su relación con la Institución Libre de Enseñanza,  tuvo que “contentarse” con la Física que impartía en tercero de la especialidad (que ya se subdividía en Antigua, Media, Moderna y Contemporánea, a través de optativas). Así tuve noticia de la Teoría de la Deriva de los Continentes que, explicada a alumnos de 7º de EGB, les provocaba incredulidad, empezando yo a darme cuenta de la rebaja en la estima del docente en favor de lo audiovisual, pues sólo la creyeron cuando la comprobaron  en un documental televisivo.

La Geografía pronto pasó a ser especialidad independiente empujada por impulsivos devotos de fotografías aéreas, itinerarios,  trabajos de campo, ordenación del territorio, etc.

La Geografía Universal de Cuarto me embelesaba por la serena pasión con la que D. Manuel, provisto solo de puntero y mapas, iba describiendo magistralmente los aspectos físicos y humanos más relevantes de los continentes y sus países sin olvidar la Historia, que dominaba. Creo que captó la atención con que yo le escuchaba

Suelo pensar que empezamos a enseñar tomando lo mejor de nuestros mentores y de Terán aprendí mucho. Una de las reformas educativas redujo la Geografía Descriptiva a una serie de generalidades sobre cada continente que cabían en dos temas para Europa, dos para América, Asia, etc. Los aspectos físicos en el primero y humanos en el segundo. Me resistí a que mis alumnos desconocieran las peculiaridades de Francia, Hungría o la Argentina, por poner unos ejemplos.

Hice a los alumn@s proveerse de unos magníficos mapas mudos, por países, de la editorial Teide, en los que íbamos situando el Valle del Po, la Gran Llanura Europea, ciudades mejicanas, los símbolos de las producciones agrícolas o industriales de la Unión Soviética, los ríos y canales europeos, los desiertos australianos… Nada más y nada menos. Empezábamos, por entonces, a pedirles trabajos sobre diferentes temas, que alguno siempre despachaba copiando las primeras líneas, vinieran no a cuento, de las entradas de las Enciclopedias que muchos ya tenían en sus casas.


No les exigía más que el mapa; me parecía que era una ganga que les aprobara con eso, pues mi generación había tenido que memorizarlo todo. Como si sólo de desagradables  exámenes teóricos se tratara, había la misma tercera parte que no llegaba a aprobar.



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