domingo, 9 de abril de 2017

EL SUR

VII

EL SUR




                                                  Playa de Cabo de Gata


En el 87 Madrid era una ciudad envuelta por una atmósfera polucionada, atestada de coches y asfalto; los capitalinos empezábamos a buscar en la costa mediterránea otra luz y así llegué a Almería el día de Año Nuevo. En la Universidad había entablado amistad con una almeriense, y vine a su boda, de manera que tenía de esta tierra  un vago recuerdo. Pregunté en la ciudad por un sitio tranquilo y la Oficina de Turismo me recomendó el pueblo de Cabo de Gata, “en el que no había ni teléfono”. Resultó que sí lo tenían porque Pujaire, en sus proximidades, fue lugar de descanso de Adolfo Suárez que, al parecer, lo gestionó. La pequeña barriada que no estaba todavía asfaltada (pisabas la tierra al caminar) fue un amor a primera vista: el autobús llegó a una plaza rodeada por casitas de máximo dos alturas y era un día de sol radiante de enero. Al desplazarme por la calle que se dirigía al mar, pensando donde pasaría la noche, pregunto a unas chicas a la puerta de su casa; se adentran en la misma para evacuar consulta y, habiendo fumata blanca, me dicen que allí mismo. De aquello surgió una buena amistad.

                                                                    Fotografía de Angel  Mateo

Después de revolcarme en los campos próximos, hambrienta de tierra y olores frescos, me fijé en unos dúplex de protección oficial que, en una crisis de tantas, la Junta de Andalucía había promocionado para paliarla. Dicho y hecho, unas semanas después tomaba posesión de una vivienda que ampliaba los reducidos metros cuadrados de la calle Méjico.

Y ahora es el turno de hablar de Da. Mª Luisa. Ya saben , la típica maestra solterona y un tanto agria que, a pesar de ello, ha quedado en la memoria de cientos de alumnas que pasamos por su magisterio. Y también de José Miguel, un alumno del que fui tutora de 6º a 8º de EGB en el barrio de Chamartín, el típico mal estudiante simpático. Recuerdo que cada vez que íbamos a la biblioteca del colegio, invariablemente, cogía un libro de Greguerías de Gómez de la Serna y para mi desconcierto se enfrascaba en su lectura; lo entendí con el tiempo pero por entonces las greguerías eran para mí el nombre de algo seguramente  muy raro que no me encajaba que leyera un chico de 12 o 13 años. Yo seguía siendo profesora de Ciencias Sociales e Inglés, pero un día descubro que este muchacho no sabe sumar fracciones, algo que en mi escuela, antes de los 10 años hacíamos hasta en sueños, un día sí y otro también.

La cuestión es que la  “modernidad”  trajo consigo reducir fracciones a común denominador por el procedimiento del m.c.m. ( mínimo común múltiplo), desde Primaria. Dña. Mª Luisa y seguramente todos los maestros de la época lo explicaban por  la multiplicación de los numeradores por los denominadores de las demás fracciones y el producto de los denominadores como denominador común. No lo encontraremos en ningún libro de texto ni enciclopedia actuales .
Este ejercicio viene en la enciclopedia Alvarez de Segundo Grado, página 214
3   ,  2   ,  6      = 3 x 5 x 7,   2 x 4 x 7,   6 x 5 x 4  partido por 4 x 5 x 7 =
4      5      7
105    ,  56     ,   120
140      140       140
 140 , denominador común y números fraccionarios aptos para ser sumados o restados.  Y ya se simplificará, si  ha lugar, lo que haga falta.
La de Tercer Grado  vuelve sobre suma y resta de quebrados e
introduce su multiplicación y  división.
 En Bachiller aprendíamos por el m.c.m.

La maestra, sobre todo, utilizaba la pizarra. Para las cuentas, nunca excesivas, las operaciones con la unidad seguida de ceros,  el Sistema Métrico Decimal,  medidas de tiempo, nociones de Geometría, áreas de los polígonos , los típicos  problemas de la cesta de la compra…En el encerado escribíamos las cantidades que nos decía y a veces la posición que cada cifra ocupaba (unidad, decena, centena, unidad de millar, decena de millar... unidad de millar de millón, decena de millar de millón ... unidad de billón, etc). A diario un dictado que ella  inventaba sobre la marcha, repitiendo y repitiendo la casuística más común: terminaciones del imperfecto en –aba;  el verbo haber y la “a”, ha venido, he llegado,  el hubo que no era el marido de  la uva;  el hoy y el ayer; lo bueno, bonito y barato;  tuvo fiebre o un tubo de hilo;  ahí hay un hombre que dice ¡ay!… Repitiendo las faltas de ortografía más representativas 100 veces, y cayéndonos  algún pizarrazo por los errores más flagrantes, adquirimos la ortografía.
 Por las tardes, costura.

La madre de mis primos era un poco diferente de los padres de la época, que, salvo casos extremos, aceptaban la autoridad del maestr@ con todas sus consecuencias. Probablemente porque había conocido otro estilo, hizo lo posible por retrasar el paso de su hija pequeña al Tercer Grado; le dolía aquella disciplina que podía llegar a dejarnos castigadas sin comer como sucedió en una ocasión ¿qué habríamos hecho si allí no se movía nadie salvo para ir al baño?.

Luego estaban los mapas.” Ibamos” al que se colgaba sobre la pizarra y allí, en corro, salíamos a decir los límites de España, las regiones y sus provincias, los ríos o las capitales de Europa, de América… En la esfera terrestre, latitud y longitud de emplazamientos inverosímiles. Para algunos temas de Historia de España, sobre todo, utilizábamos la enciclopedia Dalmau Carles que había precedido a la de Alvarez en el gusto de l@s maestr@s.

En Navidad, el Nacimiento y los villancicos. Teníamos un delicioso libro de Historia Sagrada que nos explicaban y estudiábamos con gusto, memorizábamos algún romance o poesía, se cuidaba la estufa de leña y alguna tarde de primavera, “de merienda” al campo.
 Aquella escuela de delantales blancos y olor a lápiz y goma de borrar.

No supe de la vida de José Miguel, cuyo padre, un hombre alto, portero de alguna finca próxima, tenía la campechanía  de su hijo, y una parcela en alguna parte.